Para percatarnos de la
trascendencia del perro en la historia humana, bastará pensar qué habría
sucedido de no haber sido creado por Dios. En tal caso, ¿cómo hubiera podido el
hombre, sin su auxilio, conquistar, domar y reducir a servidumbre a los otros
animales? ¿Cómo podría, aun en la actualidad, descubrir, cazar y destruirlas
bestias feroces y dañinas? El primer arte del hombre ha sido la educación del
perro, y el resultado de este arte, la conquista y la posesión práctica de la
tierra.
El pacto de la amistad que
liga al hombre con el perro parece ser de carácter indisoluble. A medida que
avanzan las posibilidades de la vida humana y se perfeccionan las técnicas, los
servicios prestados por la especie canina son más decisivos y trascendentales.
¡Cuántas drogas, cuántos procedimientos curativos, cuántas intervenciones
quirúrgicas han podido aplicarse en el organismo humano gracias al cruento y
desinteresado sacrificio del perro!
No se piense por esto que solo
es leal el perro con registro genealógico y pedigree de tres generaciones
mimado y consentido en casa, la lealtad también es característica de los perros
mestizos y la fidelidad se aprecia aún más en el perro salvaje.
El perro es ciudadano del
mundo: aquí se aprecia su capacidad de adaptación. Se encuentra en todos los
paralelos, familiarizándose con todos los climas. Es fuerte si el medio en que
actúa es duro; es tierno y delicado al par que su medio se ablanda. Si no tiene
trato con el hombre, permanece en estado salvaje. En la jungla, en la montaña,
en los parajes sin gente, los perros se agrupan para su defensa. En definitiva,
sigue de cerca los hábitos humanos. Por este afán de imitar al hombre, de penetrar
en sus secretos, el perro es susceptible como ningún otro animal de ser
educado. Aquí intervienen el temperamento, la preparación y las inclinaciones
del adoptante. Hay que rechazar la tesis del filósofo y teólogo francés Nicolas
Malebranche, según la cual los animales comen sin placer, se quejan sin dolor,
crecen sin saberlo y viven sin desear nada, sin temer nada, sin conocer nada.
Esta absurda tesis parece dar la razón a la irónica respuesta de Jean-Jacques
Rousseau a Bernardo de St Pierre escritor y botánico al preguntarle su opinión
sobre el particular: “Cuando el hombre empieza a razonar, cesa de sentir”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario