viernes, 10 de septiembre de 2021

CIUDADANO DEL MUNDO

 

Para percatarnos de la trascendencia del perro en la historia humana, bastará pensar qué habría sucedido de no haber sido creado por Dios. En tal caso, ¿cómo hubiera podido el hombre, sin su auxilio, conquistar, domar y reducir a servidumbre a los otros animales? ¿Cómo podría, aun en la actualidad, descubrir, cazar y destruirlas bestias feroces y dañinas? El primer arte del hombre ha sido la educación del perro, y el resultado de este arte, la conquista y la posesión práctica de la tierra.

El pacto de la amistad que liga al hombre con el perro parece ser de carácter indisoluble. A medida que avanzan las posibilidades de la vida humana y se perfeccionan las técnicas, los servicios prestados por la especie canina son más decisivos y trascendentales. ¡Cuántas drogas, cuántos procedimientos curativos, cuántas intervenciones quirúrgicas han podido aplicarse en el organismo humano gracias al cruento y desinteresado sacrificio del perro!

No se piense por esto que solo es leal el perro con registro genealógico y pedigree de tres generaciones mimado y consentido en casa, la lealtad también es característica de los perros mestizos y la fidelidad se aprecia aún más en el perro salvaje.

El perro es ciudadano del mundo: aquí se aprecia su capacidad de adaptación. Se encuentra en todos los paralelos, familiarizándose con todos los climas. Es fuerte si el medio en que actúa es duro; es tierno y delicado al par que su medio se ablanda. Si no tiene trato con el hombre, permanece en estado salvaje. En la jungla, en la montaña, en los parajes sin gente, los perros se agrupan para su defensa. En definitiva, sigue de cerca los hábitos humanos. Por este afán de imitar al hombre, de penetrar en sus secretos, el perro es susceptible como ningún otro animal de ser educado. Aquí intervienen el temperamento, la preparación y las inclinaciones del adoptante. Hay que rechazar la tesis del filósofo y teólogo francés Nicolas Malebranche, según la cual los animales comen sin placer, se quejan sin dolor, crecen sin saberlo y viven sin desear nada, sin temer nada, sin conocer nada. Esta absurda tesis parece dar la razón a la irónica respuesta de Jean-Jacques Rousseau a Bernardo de St Pierre escritor y botánico al preguntarle su opinión sobre el particular: “Cuando el hombre empieza a razonar, cesa de sentir”.


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