sábado, 14 de marzo de 2020

Un hecho histórico poco conocido


UN HECHO HISTORICO POCO CONOCIDO

Toca a Juan de Grijalva y a Antón de Alaminos, al bordear la península de Yucatán y arribar a lo que hoy son las costas de Campeche y llegar a la isla del Carmen, divisar con gran dificultad y en plena playa de la isla de Términos a un lebrel.

Si, a un lebrel, no a un mastín de los traídos por los conquistadores, ni a un xoloitzcuintle, raza que ya habitaba buena parte de América. Este lebrel, seguramente era hembra, mencionada incidentalmente en la relación del viaje de Grijalva es el personaje central de este artículo. Incidente mencionado entre otros historiadores por Bernal Díaz del Castillo en su “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”.

El perro, posiblemente a causa de su apego a su instinto cazador o por un descuido de su dueño, quedó olvidado en la isla de Términos en uno de tantos viajes de acercamiento de los marinos europeos.

Una niña de esta especie ¿a qué peligros se exponía, abandonada en una tierra de antropófagos y donde los perros por añadidura parecían ser mudos y de siniestro aspecto?
La incógnita se resuelve al año siguiente, en 1519, cuando una de las carabelas, de las diez que componían la flota de Hernán Cortés, avista la isla del Carmen. Los soldados en la borda están absortos ante el nuevo e increíble paisaje.

De pronto uno de ellos exclama:
“En esa playa está un perro” “¡Un perro! ¿Un perro en el nuevo mundo? El hambre te hace ver visiones” “Pues si no es un perro, es el fantasma de un perro. Aguardad a que el barco se aproxime y os convenceréis de lo que os digo” A poco, todos deben rendirse  ante la evidencia. Sobre la arena amarilla de la playa, claramente se destaca la figura de un perro y la brisa lleva a sus oídos un débil ladrido de bienvenida.

Un grupo de soldados toma un bote y se dirige a la playa. La lebrela no espera  que toquen tierra; se echa al mar y sale a su encuentro, sin temor a las olas. El Robinson canino, la heroína de esta aventura, se halla muy lejos de mostrar el tradicional aspecto que ofrecen los náufragos. No puede relatar su historia, las aventuras del año entero que pasó en la isla, pero su estancia allí, a juzgar por su apariencia, no le ha sido en modo alguno desagradable. Bernal Díaz del Castillo la recuerdo “gorda e lucida”

De vuelta a la playa, la lebrela parece deshacerse de gusto. Se arrastra lamiendo las manos de los españoles, salta y se revuelca en la arena aullando de alegría y dando espectaculares cabriolas. De pronto, a toda carrera desaparece en el bosque de la isla. Los españoles, al cabo de un rato, cansados de esperar, se disponen a volverse a la carabela, cuando surge de nuevo la lebrela, trayendo en la boca un conejo recién muerto, que deposita a los pies de uno de los soldados. ¿Pero, que es, un conejo para el hambre, que agobia a los futuros conquistadores de México? La lebrela parece comprender la pequeñez de su regalo y vuelve a internarse en la selva una y otra vez, reuniendo en poco tiempo tal número de piezas que los españoles tienen de sobra para la cena.

La abundancia de caza en la isla supone una tentación demasiado fuerte. Olvidados de todo, los españoles, con ayuda dela lebrela, organizan una batida por la isla. Al llegar el resto de la flota, el barco, anclado en una rada, se muestra adornado con innumerables pieles de los venados y de los conejos cobrados en pocos días.

La anónima lebrela no vuelve a figurar en las relaciones de los cronistas, pero su recuerdo perdurará como una agradable anécdota en la conquista de México.

La pregunta cobra fuerza. ¿Fue ésta el primer lebrel en tierras americanas?

Fuentes:
“La Ruta de Cortés” de Fernando Benítez.
“Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz Del Castillo


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