Si el perro ha sido
menospreciado por los hebreos, ello se debe a que, habiéndoles prohibido Moisés
el culto de los dioses, consideraron con odio a un animal que los egipcios les
obligaban a respetar. Un israelita no podía, ni siquiera, tocarlo durante su servidumbre
en la tierra en la tierra de los faraones. Sin embargo, en el Antiguo
Testamento se encuentra más de un pasaje enaltecedor del noble animal. El
cuerpo de Abel, abandonado a merced de las fieras tras el crimen cometido por
Caín, aparece custodiado por el mismo perro que le ayudaba a guardar el ganado.
El libro de Tobías y el Deuteromonio se ocupan frecuentemente de ellos con
simpatía. El perro de Tobías forma parte de los hechos más recordados por los
pueblos cristianos. ¿Quién ha olvidado su peregrinación a lo largo de caminos y
pedregales para anunciar al padre ciego el pronto retorno del hijo y el término
de sus desgracias?. Ya entonces era el perro el símbolo de la abnegación.
En el año 1164 antes de Cristo
el emperador chino Chow Hsin atribuyó a los perros de raza real, es decir,
descendientes de las jaurías palatinas, un lugar en el protocolo de la corte.
Confucio dice que el perro familiar debe ser conducido a la tumba en el mismo
carro donde viaja su dueño. Se lee en un texto taoísta: “Una de sus más bajas
cualidades es la de aferrarse a la presa, no soltarla y saciar su voraz
apetito; una de sus mediocres ocupaciones es vigilar al sol; uno de sus mejores
atributos es el de olvidarse de sí mismo.”. Perros de aspecto terrible
defendían las casas de los nobles chinos. A ellos incumbía, también, montar la
guardia frente al pabellón de las bailarinas. La raza real de los Chow era la
de los perros reales por excelencia. Algunos de ellos poseían privilegios tan
extraordinarios como el de permanecer sentados junto al emperador en las
recepciones y acompañarle en las cacerías y en las guerras. Por otra parte, a
medida que el lujo penetró en los recintos de la aristocracia, los perros enanos
fueron adquiriendo mayor fama y prestigio y se les tributaron grandes honores.
El emperador Ling-Ti, que reinó cien años antes de la era cristiana, poseía un
perrito de esta raza, al que confirió un título semejante al de doctor en
Letras. El animal aparecía en todas las recepciones con el gorro
correspondiente a tan alta categoría oficial. Los perros chow de la familia
imperial tenían un cierto número de soldados adscritos a su servicio. Se les
destinaba la mejor carne de las cocinas regias y las alfombras más ricas de los
salones para que sobre ellas extendiesen sus delicados cuerpos. Muchos de estos
animales morían de tristeza tras el fallecimiento de sus dueños. Sus colores se
consideraban como signo de buena o mala fortuna. Eran preferidos los negros con
orejas blancas, indicio para su propietario de que llegaría a poseer una gran
fortuna. También los de color negro y oro eran presagio de un fausto
acontecimiento a los largo de la vida de su poseedor. En los alrededores del
año 1300 se dio a conocer en China una raza de perritos semejantes a los leones
por su aspecto. Son el origen de los modernos pequineses, animales de
personalidad muy interesante, de temperamento orgulloso y de terquedad inaudita
en sus decisiones.
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