La mitología griega confirió
al perro una calidad portentosa. Fue consagrada a Diana, a Marte, a Mercurio, a
Pan, a Esculapio y a Venus, al mismo tiempo. En los templos había perros
sagrados que eran objeto de veneración especial, pues alejaban a los genios
maléficos e influían favorablemente sobre los acontecimientos futuros. Su
residencia divina se situó en el cosmos bajo forma de constelaciones y
estrellas. Así ocurrió con Sirio, el perro de Orión, que sigue eternamente por
las rutas etéreas a este cazador impenitente, y anuncia con su aparición la
llegada de la canícula. Los lebreles es una constelación del mismo origen, como
el perro menor, situada al sur de los Gemelos, y Maira, en la de Eridano.
El perro era para los griegos
un agente insustituible de la civilización. Su primordial misión consistía en
alejar de las ciudades y los campos a los animales famélicos, espectros del
infierno y de sus sombras. Era el compañero inseparable del hombre, el auxiliar
inapreciable de sus trabajos Durante la
jornada le libraba de enemigos, y durante la noche, con su vigilancia, le
permitía entregarse apaciblemente al sueño. En estas horas lúgubres, cargadas
de oscuridad y de pavores, Diana lanza sobre la tierra sus jaurías de perros
voraces. En la Hélade, las batidas de animales feroces se hacen con perros, y
el arte de la caza se confunde con el culto del perro. Maleagro, uno de los
argonautas, va siempre circundado de perros. Ostro y Cerbero, son dos mitos
perrunos de gran transcendencia. El primero es un perro bifronte, custodio
feroz del monstruoso Gerión. El segundo, guardián lúgubre del Erebo, tiene tres
gigantescas cabezas, repetición de la leyenda de Anubis. Es el feroz guardador
del mundo subterráneo, del reino de Plutón, y, a la vez, el de Osiris. Entre los trabajos de
Hércules, el duodécimo consistía en arrancar a Cerbero de las mansiones
infernales para entregarlo al rey Euristeo. El templo de Dyonisos se elevaba en
medio de un bosque sagrado guardado por un ejército de mil perros y el templo
de la diosa Venus era custodiado por un perro denominado “Cromión”, vigilante
fiel del altar y de sus vasos de oro.
En la corte del rey Minos, en
Creta, los perros desempeñaban un preeminente lugar y les era confiada la defensa
y protección de las embarcaciones en sus periplos por el mediterráneo. La caza
fue una de las diversiones mayores del pueblo griego. Por tal razón, tanto
Homero como Jenofonte cantaron en loor de los perros los más grandes
ditirambos. La caza, sin su colaboración directa, se tenía por una diversión
despreciable y la que se llevaba a cabo con redes y lazos mereció la más airada
opugnación de Sócrates.
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