En lengua sánscrita, al perro
se le conoce bajo cincuenta nombres distintos. Es una prueba de la antigüedad
de la especie. El nombre más repetido es el de cvan, que al parecer, ha servido
de raíz a todas las apelaciones dadas al mismo en los idiomas europeos. En la
Zend-Avesta el perro es estimado como uno de los tres animales que tenemos
obligación de alimentar. Según sus preceptos, quien maltrate a uno de ellos,
sea doméstico o silvestre, sufrirá penas terribles en la otra vida. En Egipto,
la adoración del perro tomó caracteres de extraordinario esplendor. En
monumentos elevados cuatro mil años antes de Cristo, su silueta sirve como de
adorno preferente. Su veneración a título de divinidad tutelar, va unida a la
estrella Sothis, Sirio de los griegos o Canícula de los latinos, la más fúlgida
y fastuosa luminaria del firmamento.
Anubis era hijo de Osiris y de
su hermana, esposa del dios Eyphon. Para evitar las iras del dios, su madre
recurre al supremo arbitrio de abandonarlo. Isis descubre entonces que Osiris
habían sido víctima de un error y se hace cargo del niño cuando, con la ayuda
de sus perros, consigue hallarle. El propio Anubis, cubierto de una piel de perro,
acompaña a Isis para buscar el cadáver de Osiris, asesinado por Typhon.
Hasta aquí el mito de Anubis,
que se convierte en dios-can con su cuerpo de hombre rematado por una cabeza de
perro. Los romanos habían de llamarle, un tanto despectivamente, el ladrador,
por su oficio de velar a los muertos y ahuyentar a los espíritus malignos
sirviéndose de incesantes ladridos. Es un mito que presupone la necesidad de
los servicios del perro post-morten, para defender el alma de los malos genios
que la asaltan en el camino hacia la inmortalidad. Anubis guardaba también las
puertas del paraíso subterráneo. Seguía siendo, pues como en la India, una
divinidad doble. También se le confió el oficio de vigilar el peso de las almas
cuando son colocadas en la balanza que ha de determinar su mérito o demérito.
Su culto, iniciado de forma espectacular en Heliópolis se extendió después con
rapidez inaudita a todas las ciudades del imperio. Antifax II, faraón de la X
dinastía, aparece en un bajorrelieve escoltado por cuatro perros de diferente
raza. Estos animales , aparte de tan altos menesteres, ejercían en Egipto el
papel de servidores, compañeros, guardianes de los ganados y auxiliares de la
caza. Iban con sus dueños al paseo y a las ceremonias públicas. Servían de
recreo a las princesas, de capricho a las damas importantes y de juguete a los
niños. Un rey de la XI tres mil años antes de Cristo, poseía cinco perros que
hizo esculpir en un bajorrelieve de su tumba. El más hermoso se llamaba Abaku y
aparecía situado el pie de su trono engalanado con un collar riquísimo, aparte
de otros adornos que, a modo de condecoraciones rutilantes, le colgaban del
cuerpo. Su dueño creyó, sin duda, más en su lealtad y desinterés que en el de
la mayor parte de sus palatinos. Un poco alejados, aparecen en el bajorrelieve
los demás perros, a quietes no pierde de vista un siervo de ágil traza. Al
parecer, le competía cuidar de que no
perturbasen el orden de la ceremonia celebrada en su presencia.