lunes, 28 de septiembre de 2020

El perro en Oriente..........(segunda entrega)

 

En lengua sánscrita, al perro se le conoce bajo cincuenta nombres distintos. Es una prueba de la antigüedad de la especie. El nombre más repetido es el de cvan, que al parecer, ha servido de raíz a todas las apelaciones dadas al mismo en los idiomas europeos. En la Zend-Avesta el perro es estimado como uno de los tres animales que tenemos obligación de alimentar. Según sus preceptos, quien maltrate a uno de ellos, sea doméstico o silvestre, sufrirá penas terribles en la otra vida. En Egipto, la adoración del perro tomó caracteres de extraordinario esplendor. En monumentos elevados cuatro mil años antes de Cristo, su silueta sirve como de adorno preferente. Su veneración a título de divinidad tutelar, va unida a la estrella Sothis, Sirio de los griegos o Canícula de los latinos, la más fúlgida y fastuosa luminaria del firmamento.

Anubis era hijo de Osiris y de su hermana, esposa del dios Eyphon. Para evitar las iras del dios, su madre recurre al supremo arbitrio de abandonarlo. Isis descubre entonces que Osiris habían sido víctima de un error y se hace cargo del niño cuando, con la ayuda de sus perros, consigue hallarle. El propio Anubis, cubierto de una piel de perro, acompaña a Isis para buscar el cadáver de Osiris, asesinado por Typhon.

Hasta aquí el mito de Anubis, que se convierte en dios-can con su cuerpo de hombre rematado por una cabeza de perro. Los romanos habían de llamarle, un tanto despectivamente, el ladrador, por su oficio de velar a los muertos y ahuyentar a los espíritus malignos sirviéndose de incesantes ladridos. Es un mito que presupone la necesidad de los servicios del perro post-morten, para defender el alma de los malos genios que la asaltan en el camino hacia la inmortalidad. Anubis guardaba también las puertas del paraíso subterráneo. Seguía siendo, pues como en la India, una divinidad doble. También se le confió el oficio de vigilar el peso de las almas cuando son colocadas en la balanza que ha de determinar su mérito o demérito. Su culto, iniciado de forma espectacular en Heliópolis se extendió después con rapidez inaudita a todas las ciudades del imperio. Antifax II, faraón de la X dinastía, aparece en un bajorrelieve escoltado por cuatro perros de diferente raza. Estos animales , aparte de tan altos menesteres, ejercían en Egipto el papel de servidores, compañeros, guardianes de los ganados y auxiliares de la caza. Iban con sus dueños al paseo y a las ceremonias públicas. Servían de recreo a las princesas, de capricho a las damas importantes y de juguete a los niños. Un rey de la XI tres mil años antes de Cristo, poseía cinco perros que hizo esculpir en un bajorrelieve de su tumba. El más hermoso se llamaba Abaku y aparecía situado el pie de su trono engalanado con un collar riquísimo, aparte de otros adornos que, a modo de condecoraciones rutilantes, le colgaban del cuerpo. Su dueño creyó, sin duda, más en su lealtad y desinterés que en el de la mayor parte de sus palatinos. Un poco alejados, aparecen en el bajorrelieve los demás perros, a quietes no pierde de vista un siervo de ágil traza. Al parecer, le competía cuidar  de que no perturbasen el orden de la ceremonia celebrada en su presencia.

lunes, 21 de septiembre de 2020

El perro en Oriente, en Grecia y en Roma (primera entrega)

    Hubo un tiempo en que los hombres gozaban de la amistad de los dioses. Y también de sus atropellos caprichosos. Pero a cambio de esto, cuando querían honrar a sus allegados, se les permitía coger un puñado de estrellas, agruparlas con destreza y sabiduía y escribir en el firmamento una glosa inmortal. No podían olvidarse de su amigo el perro. Y en las estrellas le reservaron un adamantino sitial: la constelación Canopus, entre otras cosas. Estas otras se refieren a perros semidivinos, altos héroes entre los perros; aquellos que se habían distinguido en sus hazañas cerca de los dioses, bien como guardianes de sus moradas, o como compañeros de las monterías celestiales. En las más primitivas mitologías, el lugar ocupado por el perro es similar al que desempeña desde que fué sometido a domesticidad. Si en la normalidad de su vida se halla comúnmente en el portal de las casas, no es de extrañar que en el orden mítico lo hallemos también sentado y vigilante junto a las puertas del cielo. Su oficio es el de presenciar la aparición y la desaparición del astro rey. Al lado suyo se encuentran los dos genios que dirigen la marcha del tiempo.

    Cuando estos dos momentos cruciales han pasado, la naturaleza del mito también se transforma. El perro precede durante unos momentos la salida del sol y sigue su ocaso, pero, después, cuando entra la noche, se convierte en un animal fúnebre, infernal, peligroso. Por oposición, cuando avanza el día, es favorable y próvido. Existen, pues, dos clases de perros míticos: el perro solar y el lunar, ambos de signo opuesto. Entre los dos se halla la perra-madre, representación tangible de la luna errante, la luna compañera de las noches propicias. Esta tercera encarnación del perro nos completa el cuadro de las posibles actitudes del mismo. El perro negro -rememoración del lobo- se presenta ante el héroe solar, amenazador y rugiente, al atardecer, en las puertas occidentales del cielo; la perra-madre le presta socorro en la selva nocturna, cuando la cruza camino de la caza; el perro diurno, le recibe a la puerta de su hogo cuando, de vuelta del reino tenebroso, llega por la mañana para reintegrarse a su casa. Tales son las principales fases de la mitología india.