El perro posee, entre otras
cosas, dos facultades indiscutibles: la memoria y el sentido de la comparación,
gracias a las cuales puede asociar las ideas y establecer determinados juicios.
Si el hombre es el rey legítimo de la tierra, el animal ha sido creado para
amarle y servirle, no en calidad de aparato mecánico, sino como ser viviente y
autónomo. De la bestia a la máquina hay una distancia infinitamente superior
que la existente entre el animal y el hombre. En la clasificación de los seres
vivos de Carlos Linneo encontramos lo siguiente: “Mineralia crescunt; vegetalia
crescunt et vivunt; animalia crescunt;
vivunt et sentiun”. Sin embargo, últimamente, se ha probado que ni los
vegetales carecen de cierta sensibilidad.
El perro es el más dócil y,
por lo tanto, el más inteligente de cuantos animales ha creado Dios sobre la
tierra; ha sido siempre el servidor abnegado y el custodio decidido del hombre
y de sus bienes. Sin él es difícil concebir como hubiese podido franquearse el
límite que separa la vida errante del hombre prehistórico, hasta llegar a la
sociedad patriarcal, porque ésta no se comprende sin la ganadería, y la
ganadería, a su vez, no hubiese tenido lugar sin el perro, guardián del ganado
y colaborador insustituible del hombre en la ardua tarea de domar a los
animales salvajes.
La historia del perro es en
realidad, la historia del hombre. Se hallan unidos a lo largo del tiempo como
cuerpo y sobra. Su respetuosa ternura, la dulzura de sus caricias, su
sensibilidad, su sumisión, el tino con que sirve nuestros deseos, la fidelidad
con que se nos entrega, le proclaman el primero de los animales.
Según Georges Cuvier, el perro es la más útil y la más completa conquista del hombre. En verdad, de todas las especies creadas por Dios para nuestro servicio, las que se han aliado con nosotros, prestándonos la colaboración de su esfuerzo generoso, son muy reducidas. A lo largo de la existencia del hombre, solo alrededor de cuarenta especies de animales conviven sometidas a nuestra autoridad, las demás han rehusado asociarse con el hombre. Son los animales llamados salvajes, No tienen nada de tales, difieren de los otros en su obstinada oposición a acatar una soberanía, impuesta, a veces, por la brutalidad, y no en virtud de una superioridad de espíritu, que ellos reconocen como consecuencia del mandato divino. No es al hombre, sino a su poder subversivo reñido con la ley de Dios, al que huyen. Su ambición, su designio inconfesado es amar al hombre, servirle y reunirse con él bajo el palio de su legítima soberanía. Lo que no quieren es someterse a un trabajo agotador, a una existencia de permanente esclavitud, a unos tratos groseros e indignantes. La impotencia del hombre para atraerse por la vía del amor y de la bondad a los animales capaces de comprenderle, demuestra hasta el límite máximo los caracteres subversivos de nuestra civilización.
bondad a los animales capaces
de comprenderle, demuestra hasta el límite máximo los caracteres subversivos de
nuestra civilización.
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