lunes, 19 de octubre de 2020

El perro en Oriente...........(quinta entrega)

 

 

 

Los perros fueron en la Grecia clásica, no solo auxiliares en la guerra y en la paz, sino los más desinteresados compañeros de los héroes. Buena prueba de ello tenemos en el perro Argos, exaltado por Homero con su habitual grandeza de estilo. Cuando Ulises retornó a Itaca, después de veinte años de ausencia, nadie le reconoció bajo sus harapos de mendigo. El héroe, entristecido y mustio, paseaba con Eumeo, el criado de su palacio y guardián de los ganados. De pronto, Argos se aproximó a Ulises, movió alegremente el rabo, dobló las orejas en señal de sumisión y lamió la mano de su dueño. El gran patricio y victorioso soldado, emocionado ante tan constante fidelidad, lloró enternecido, mientras Eumeo decía: “Es el perro de un héroe que murió en tierras extrañas. Ahora el pobre animal yace abandonado en un estercolero. Desde que Ulises pereció, lejos de su patria, las mujeres de este palacio, negligentes y perezosas, le han abandonado a su triste suerte.” El perro “Argos” murió después de haber reconocido a su señor y haberle rendido homenaje de pleitesía.

La acrópolis de Corinto fue salvada por los perros que la custodiaban. Combatiendo valientemente mientras dormía la soldadesca, detuvieron al enemigo y dieron tiempo a que se organizase la defensa. Por su parte, los reyes de Macedonia hacían pasar a sus súbditos entre filas de perros para purificarlos. Los filósofos no dejaron de hacer justicia a tan fieles amigos del hombre. Plutarco atribuía a estos animales la facultad de pensar, de obrar y de entender con raciocinio. Plinio afirmaba que hubo pueblos gobernados por perros, y Sócrates tenía la costumbre de jurar por el suyo. Platón, a su vez hace decir a Sócrates en su República: “Es necesario escoger un guardián para la ciudad, un guardián capaz de descubrir y asustar al enemigo y que, al mismo tiempo, sea bastante fuerte y valeroso para combatir frente a él. Nuestro amigo, el perro, nos ofrece un bellísimo ejemplo. Ya sabeis que todos los perros, bien educados, son perfectamente corteses con sus familiares y adustos con los extraños. Este instinto es en ellos de origen ejemplar y agradable. Vuestro perro es un verdadero filósofo, porque distingue al amigo del enemigo con el único criterio que da el conocer y el no conocer. ¿Cómo podrá el hombre dejar de amar a aquellos que saben discernir tan diestramente lo que es amistoso y útil de lo que es hostil y maléfico con la única intuición del conocimiento y de la ignorancia?” También Plutarco celebró las gloriosas gestas del perro Malampito, que atravesó a nado el mar en plena tempestad para reunirse con su dueño, un negociante de Corinto.

Hubo muchos perros famosos en Grecia. Sobresale entre ellos, el perro de Alcibiades, admirado por todos los atenienses. Su dueño le exhibía con un collar de oro macizo por las calles de la ciudad. “Ircano”, perro de Lisimaco, rey de Tracia y Macedonia, muerto en la batalla de Ciropedión, dio a conocer con sus fúnebres ladridos el lugar donde se hallaba el cadáver de su amo, y se lanzó a la hoguera en la que fueron consumidos los restos mortales de aquel. Diógenes mandó colocar un perro sobre su tumba. Simón de Egino esculpió un perro que se catalogaba entre las mejores obras de la estatuaria griega. El perro de Giason Licio, el que organizó la expedición de los argonautas, murió de hambre junto al cadáver de su ilustre jefe, expresándole asín su adhesión ilimitada. Los perros de Alejandro de Macedonia han dado lugar a una curiosa historia: el rey de Albania había regalado al más ilustre de los generales del mundo un potente mastín, y Alejandro quiso asustarle haciéndolo llevar a un parque donde guarecía a sus osos y otros ejemplares de fieras. El perro, lejos de asustarse, contempló inmóvil a esos terribles huéspedes del gran monarca, comportándose como si los creyera inferiores a él. El soberano, que se consideraba el más valiente de la tierra, no pudo soportar su actitud de reto y, celoso de que alguien, aun ajeno a la raza humana, fuese superior a él en bravura, ordenó matarle. Al tener noticias del suceso, el rey de Albania le envió otro perro, llamado “Peritas”, advirtiéndole que no luchaba con animales de baja calidad, sino con leones, elefantes, tigres y otros de esta estirpe, hasta el punto de que solo había dos en la tierra con quienes poder compararle. Alejandro puso a prueba el raro ejemplar. “Peritas” despachó en una abrir y cerrar de ojos a un león de aspecto feroz. Entonces lo enfrentó con un elefante. “Peritas”, alternando la astucia con la audacia, logró dar en tierra con el paquidermo. El valeroso perro fue desde entonces el favorito del gran conquistador. Al morir, su amo fundó en honor suyo la ciudad de Perita.

En Roma, la imagen del perro figuraba siempre al lado de las estatuas de los lares y penates. Representaba el emblema de la fidelidad, de la obediencia, del acatamiento al poder de los superiores. Incluso los grandes dioses, como Mitra, llevaban consigo la compañía del perro. En cambio cada año se hacían sacrificios de perros en loor de Phito, de Minerva, de Hécate o de Proserpina. Las fiestas lupercales se iniciaban con la matanza de estos animales en las grutas consagradas al dios Fauno. En el templo de Esculapio se mataba anualmente un perro, en castigo por aquellos que dejaron de ladrar cuando los galos penetraron de improviso en el Capitolio: sin embargo, fueron los mejores auxiliares de las legiones romanas. Los números más apasionantes del circo consistieron en luchas de grandes perros entre sí, o con otros animales. Dentro de los perros circenses se distinguían por su acometividad, los mastines británicos, los procedentes del Epiro y los fenicios.

El escritor italiano Columena, se expresa con gran fervor respecto a las virtudes que adornan a los perros. Según él, entraña un fundamental error el hecho de colocarlos entre los animales carentes de palabra. Ada uno de los matices con que emiten sus ladridos, revela, a su entender, la expresión de su sentimiento, de un deseo, de una idea. Lucrecio, que fue uno de los más grandes admiradores de los perros, defiende parecidas teorías. Sus elogios al perro de ganado constituyen una de las más bellas joyas de su inolvidable poema De rerun natura. “El perro sueña –dice-, lo vemos por su inquietud y hasta por los ladridos que emite mientras duerme, luego algo en el sigue despierto, mientras su cuerpo descansa tras las diarias fatigas.” Al narrar las trágicas escenas de la peste de Atenas, describe Lucrecio la ciudad en pleno colapso, con sus calles llenas de cadáveres, y, mientras el terror hace desertar de aquellos infaustos recintos a los pocos ciudadanos inmunes de la dolencia, allí quedaron los perros sin moverse, ni un instante, junto al dueño fenecido, ladrando desesperadamente en demanda de auxilio.

Era el perro leal custodio de las casas romanas casi nunca faltaba una inscripción Cave canem, “¡cuidado con el perro!”. A veces junto al letrero se veía la silueta del animal. Virgilio, que supo expresar como nadie el genio romano, ha cantado en las Geórgicas los servicios extraordinarios que presta al hombre su fiel compañero. Con sublime acento lírico, aconseja a los pastores que cuiden a su perro como si fuera un familiar más, porque es indispensable para el buen orden del ganado, la custodia del hogar, las artes de cetrería. El poeta bilbilitano Marcial se exalta ante el recuerdo del perro “Vertago”, capaz de apresar una liebre con sus dientes sin destrozarla. Solino, el cronista cuenta que cuando Nerón encerró en la cárcel a Tito Sabino, éste era visitado cotidianamente por su perro. Le siguió después hasta el suplicio y cuando su cadáver fue lanzado al Tiber, el perro se dejó morir en el rio. Plutarco menciona a un perro  denominado “Zopico”, que representaba con extremada pulcritud difíciles pantomimas ante el emperador Vespasiano. Trimalción, según Petronio, pidió en su testamento que labrasen la imagen de su fiel perrita a los pies de su estatua. El llamado perro de Melita, de raza pequeña y pelo largo, de ensortijados bucles y cabeza alargada era el preferido de las romanas elegantes que lo llevaban consigo a las termas, a los paseos y en los viajes. Era una raza de perros que abundaba en Sicilia, pero tal vez, originaria de Malta. Uno de estos ejemplares perteneció a Popea, la mujer de Nerón, y dio lugar a una disputa tan violenta entre ella y Lépida, tía del emperador, que ésta murió casi inmediatamente del disgusto.


lunes, 12 de octubre de 2020

El perro en oriente.............. (cuarta entrega)

 

La mitología griega confirió al perro una calidad portentosa. Fue consagrada a Diana, a Marte, a Mercurio, a Pan, a Esculapio y a Venus, al mismo tiempo. En los templos había perros sagrados que eran objeto de veneración especial, pues alejaban a los genios maléficos e influían favorablemente sobre los acontecimientos futuros. Su residencia divina se situó en el cosmos bajo forma de constelaciones y estrellas. Así ocurrió con Sirio, el perro de Orión, que sigue eternamente por las rutas etéreas a este cazador impenitente, y anuncia con su aparición la llegada de la canícula. Los lebreles es una constelación del mismo origen, como el perro menor, situada al sur de los Gemelos, y Maira, en la de Eridano.

El perro era para los griegos un agente insustituible de la civilización. Su primordial misión consistía en alejar de las ciudades y los campos a los animales famélicos, espectros del infierno y de sus sombras. Era el compañero inseparable del hombre, el auxiliar inapreciable de sus trabajos  Durante la jornada le libraba de enemigos, y durante la noche, con su vigilancia, le permitía entregarse apaciblemente al sueño. En estas horas lúgubres, cargadas de oscuridad y de pavores, Diana lanza sobre la tierra sus jaurías de perros voraces. En la Hélade, las batidas de animales feroces se hacen con perros, y el arte de la caza se confunde con el culto del perro. Maleagro, uno de los argonautas, va siempre circundado de perros. Ostro y Cerbero, son dos mitos perrunos de gran transcendencia. El primero es un perro bifronte, custodio feroz del monstruoso Gerión. El segundo, guardián lúgubre del Erebo, tiene tres gigantescas cabezas, repetición de la leyenda de Anubis. Es el feroz guardador del mundo subterráneo, del reino de Plutón, y, a la  vez, el de Osiris. Entre los trabajos de Hércules, el duodécimo consistía en arrancar a Cerbero de las mansiones infernales para entregarlo al rey Euristeo. El templo de Dyonisos se elevaba en medio de un bosque sagrado guardado por un ejército de mil perros y el templo de la diosa Venus era custodiado por un perro denominado “Cromión”, vigilante fiel del altar y de sus vasos de oro.

En la corte del rey Minos, en Creta, los perros desempeñaban un preeminente lugar y les era confiada la defensa y protección de las embarcaciones en sus periplos por el mediterráneo. La caza fue una de las diversiones mayores del pueblo griego. Por tal razón, tanto Homero como Jenofonte cantaron en loor de los perros los más grandes ditirambos. La caza, sin su colaboración directa, se tenía por una diversión despreciable y la que se llevaba a cabo con redes y lazos mereció la más airada opugnación de Sócrates.

domingo, 4 de octubre de 2020

El perro en Oriente.............. (tercera entrega)

Si el perro ha sido menospreciado por los hebreos, ello se debe a que, habiéndoles prohibido Moisés el culto de los dioses, consideraron con odio a un animal que los egipcios les obligaban a respetar. Un israelita no podía, ni siquiera, tocarlo durante su servidumbre en la tierra en la tierra de los faraones. Sin embargo, en el Antiguo Testamento se encuentra más de un pasaje enaltecedor del noble animal. El cuerpo de Abel, abandonado a merced de las fieras tras el crimen cometido por Caín, aparece custodiado por el mismo perro que le ayudaba a guardar el ganado. El libro de Tobías y el Deuteromonio se ocupan frecuentemente de ellos con simpatía. El perro de Tobías forma parte de los hechos más recordados por los pueblos cristianos. ¿Quién ha olvidado su peregrinación a lo largo de caminos y pedregales para anunciar al padre ciego el pronto retorno del hijo y el término de sus desgracias?. Ya entonces era el perro el símbolo de la abnegación.

En el año 1164 antes de Cristo el emperador chino Chow Hsin atribuyó a los perros de raza real, es decir, descendientes de las jaurías palatinas, un lugar en el protocolo de la corte. Confucio dice que el perro familiar debe ser conducido a la tumba en el mismo carro donde viaja su dueño. Se lee en un texto taoísta: “Una de sus más bajas cualidades es la de aferrarse a la presa, no soltarla y saciar su voraz apetito; una de sus mediocres ocupaciones es vigilar al sol; uno de sus mejores atributos es el de olvidarse de sí mismo.”. Perros de aspecto terrible defendían las casas de los nobles chinos. A ellos incumbía, también, montar la guardia frente al pabellón de las bailarinas. La raza real de los Chow era la de los perros reales por excelencia. Algunos de ellos poseían privilegios tan extraordinarios como el de permanecer sentados junto al emperador en las recepciones y acompañarle en las cacerías y en las guerras. Por otra parte, a medida que el lujo penetró en los recintos de la aristocracia, los perros enanos fueron adquiriendo mayor fama y prestigio y se les tributaron grandes honores. El emperador Ling-Ti, que reinó cien años antes de la era cristiana, poseía un perrito de esta raza, al que confirió un título semejante al de doctor en Letras. El animal aparecía en todas las recepciones con el gorro correspondiente a tan alta categoría oficial. Los perros chow de la familia imperial tenían un cierto número de soldados adscritos a su servicio. Se les destinaba la mejor carne de las cocinas regias y las alfombras más ricas de los salones para que sobre ellas extendiesen sus delicados cuerpos. Muchos de estos animales morían de tristeza tras el fallecimiento de sus dueños. Sus colores se consideraban como signo de buena o mala fortuna. Eran preferidos los negros con orejas blancas, indicio para su propietario de que llegaría a poseer una gran fortuna. También los de color negro y oro eran presagio de un fausto acontecimiento a los largo de la vida de su poseedor. En los alrededores del año 1300 se dio a conocer en China una raza de perritos semejantes a los leones por su aspecto. Son el origen de los modernos pequineses, animales de personalidad muy interesante, de temperamento orgulloso y de terquedad inaudita en sus decisiones.