UN
HECHO HISTORICO POCO CONOCIDO
Toca a Juan de Grijalva y a
Antón de Alaminos, al bordear la península de Yucatán y arribar a lo que hoy
son las costas de Campeche y llegar a la isla del Carmen, divisar con gran
dificultad y en plena playa de la isla de Términos a un lebrel.
Si, a un lebrel, no a un
mastín de los traídos por los conquistadores, ni a un xoloitzcuintle, raza que
ya habitaba buena parte de América. Este lebrel, seguramente era hembra,
mencionada incidentalmente en la relación del viaje de Grijalva es el personaje
central de este artículo. Incidente mencionado entre otros historiadores por
Bernal Díaz del Castillo en su “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva
España”.
El perro, posiblemente a
causa de su apego a su instinto cazador o por un descuido de su dueño, quedó
olvidado en la isla de Términos en uno de tantos viajes de acercamiento de los
marinos europeos.
Una niña de esta especie ¿a
qué peligros se exponía, abandonada en una tierra de antropófagos y donde los
perros por añadidura parecían ser mudos y de siniestro aspecto?
La incógnita se resuelve al
año siguiente, en 1519, cuando una de las carabelas, de las diez que componían
la flota de Hernán Cortés, avista la isla del Carmen. Los soldados en la borda
están absortos ante el nuevo e increíble paisaje.
De pronto uno de ellos
exclama:
“En
esa playa está un perro” “¡Un perro! ¿Un perro en el nuevo mundo? El hambre te
hace ver visiones” “Pues si no es un perro, es el fantasma de un perro.
Aguardad a que el barco se aproxime y os convenceréis de lo que os digo” A
poco, todos deben rendirse ante la
evidencia. Sobre la arena amarilla de la playa, claramente se destaca la figura
de un perro y la brisa lleva a sus oídos un débil ladrido de bienvenida.
Un grupo de soldados toma un
bote y se dirige a la playa. La lebrela no espera que toquen tierra; se echa al mar y sale a su
encuentro, sin temor a las olas. El Robinson canino, la heroína de esta
aventura, se halla muy lejos de mostrar el tradicional aspecto que ofrecen los
náufragos. No puede relatar su historia, las aventuras del año entero que pasó
en la isla, pero su estancia allí, a juzgar por su apariencia, no le ha sido en
modo alguno desagradable. Bernal Díaz del Castillo la recuerdo “gorda e lucida”
De vuelta a la playa, la lebrela
parece deshacerse de gusto. Se arrastra lamiendo las manos de los españoles,
salta y se revuelca en la arena aullando de alegría y dando espectaculares
cabriolas. De pronto, a toda carrera desaparece en el bosque de la isla. Los
españoles, al cabo de un rato, cansados de esperar, se disponen a volverse a la
carabela, cuando surge de nuevo la lebrela, trayendo en la boca un conejo
recién muerto, que deposita a los pies de uno de los soldados. ¿Pero, que es,
un conejo para el hambre, que agobia a los futuros conquistadores de México? La
lebrela parece comprender la pequeñez de su regalo y vuelve a internarse en la
selva una y otra vez, reuniendo en poco tiempo tal número de piezas que los
españoles tienen de sobra para la cena.
La abundancia de caza en la
isla supone una tentación demasiado fuerte. Olvidados de todo, los españoles,
con ayuda dela lebrela, organizan una batida por la isla. Al llegar el resto de
la flota, el barco, anclado en una rada, se muestra adornado con innumerables
pieles de los venados y de los conejos cobrados en pocos días.
La anónima lebrela no vuelve
a figurar en las relaciones de los cronistas, pero su recuerdo perdurará como
una agradable anécdota en la conquista de México.
La pregunta cobra fuerza.
¿Fue ésta el primer lebrel en tierras americanas?
Fuentes:
“La
Ruta de Cortés” de Fernando Benítez.
“Historia
Verdadera de la Conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz Del Castillo